Primeros pasos para grandes cambios
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Primeros pasos para grandes cambios

Primeros pasos para grandes cambios

El siglo XX fue el siglo de la revolución de la moda, supuso una ruptura total con las líneas imperantes en los siglos previos. Esto se puede apreciar simplemente fijándose en el largo de las faldas. En la historia de la moda occidental, la falda llegaba como mínimo al tobillo, pero aún podía ser más larga. Durante el siglo de Oro español y en referencia a la reina Isabel, existía un dicho alemán que decía que “ninguna reina de España tiene piernas”, y esta expresión durante siglos se utilizaba para referirse al honor de las damas. Las piernas quedaban ocultas mediante largos, amplios, y rígidos vestidos con abundantes enaguas. Exceptuando el estilo del directorio que reinó mientras se mantuvo Napoleón en el poder, las líneas tendían a “moldear” el cuerpo de la mujer y a esconderlo tras capas de tejidos, lo que hacía prácticamente imperceptible su forma natural. Desde principios del siglo XX aparece una tendencia a realzar la forma natural del cuerpo y a vestirlo de forma que se perciba su contorno, facilitando la libertad de movimientos.

En su afán por modelar las formas naturales del cuerpo femenino, la moda ha utilizado desde el siglo XVI, tablillas, cartones y corpiños interiores. Durante el siglo XVII y XVIII surgen las cotillas, y en el siglo XIX los corsés. Estas prendas interiores han ido esculpiendo el cuerpo femenino a lo largo de la historia siguiendo los ideales de belleza de cada momento, aunque siempre con la intención de destacar y exagerar las formas de la mujer.

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Los corsés del siglo XIX eran obligatorias prendas de vestir. En aquella época coexistían diversos tipos, incluso existían corsés con piezas de acero, con lo que no es muy difícil de imaginar los daños que podían ocasionar. A principios del siglo XX, junto a movimientos políticos y sociales, surgen movimientos en contra de esta convención en el vestir. El corsé arqueaba el cuerpo, no permitía movimientos naturales y deformaba el cuerpo. Muchas mujeres sufrían dolencias causadas por los corsés reforzados por varas de metal o astas, ya que estas prendas dificultaban la respiración y debilitaban los músculos de la espalda.

Este debate alcanzó su punto álgido en la década de 1880. La Rational Dress Society, la Asociación Racional del Vestir, fundada en 1881, realizó una campaña apoyada en estudios médicos a favor de una forma más natural y saludable de vestir el cuerpo femenino. En 1884 organizó en Londres una exposición Internacional de Salud en la que, entre otras cosas, se mostraban vestidos considerados más cómodos, saludables e higiénicos. Uno de los expositores era el doctor Gustav Jaeger, quien había propuesto varias modificaciones para que la indumentaria fuera más sana, como el uso exclusivo de fibras naturales para las prendas que estuvieran en contacto directo con el cuerpo.

En cuanto a la expansión comercial de la reforma y de los ideales de belleza, se realizaron principalmente a través de Liberty, fundada en Londres en 1884. Liberty, confeccionaba vestidos sueltos y con vuelo que podían llevarse con o sin corsé. Entre las características propias de los primeros vestidos reformistas estaba el corte holgado, los colores apagados, el nido de abeja y los bordados.

A medida que las mujeres obtenían mayores libertades, como la práctica de deportes, entre ellos el golf, el tenis o el ciclismo, aparece un corsé más saludable, cortado por encima de las caderas y que facilitaba una mayor movilidad. Tenía menos encajes y la novedad de los tirantes atados, hasta ese momento los tirantes se vendían por separado y se ataban en el delantero. Aún así, persistía el ideal de una cintura extremadamente pequeña y la famosa curva “S” siguió durante mucho tiempo siendo el ideal de la época.

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En 1907 Poiret revoluciona la moda con un nuevo ideal de belleza y una nueva propuesta de corsé. Los defensores del corsé lucharon por encontrar una versión a la nueva moda de Poiret, introduciendo un corsé menos ceñido y algo más cómodo, pero los bailes de moda en aquella época necesitaban una mayor libertad de movimientos. El nuevo corsé era más parecido a una faja y se cerraba, o bien en la parte trasera, a menudo con lazos, o bien con corchetes a los lados. Cuando la bailarina Irene Castle apareció en Londres con el llamado “dancing corset” se creó un gran revuelo. Su figura más juvenil y con cierta imagen andrógina es precursora de las denominadas flappers que llegarían en los años 20.

Curiosamente, mientras que los hombres habían llevado calzones desde el siglo XVI, los más antiguos calzones para mujeres fueron introducidos como tres siglos después. Estos pantalones se introdujeron en armario femenino hacia el año 1820. Los británicos pantaloncitos, pantalones largos, muy holgados y fruncidos en el tobillo, fueron introducidos en 1831 por una estadounidense, Amelia Jenks Bloomer, y fueron popularmente conocidos como “Bloomer”.

Esta defensora de los derechos de las mujeres se casó con el abogado norteamericano Dexter Bloomer, quien la animó a defender sus ideas a través de su periódico, The Seneca Falls Courier, aunque posteriormente Amelia creó su propio periódico. De esta forma, participó activamente en la defensa del sufragio femenino, la educación, y los derechos de las mujeres. Diseñados por Elizabeth Miller, una amiga y compañera de campaña a favor del vestir con salud, Amelia J. Bloomer llevó dicha prenda mientras hablaba en Londres y Dublín en 1851 sobre el tema la «reforma del vestir”, y defendía el derecho de las mujeres a llevar prendas más funcionales.

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Los Bloomers medían 100 cm. desde lo alto de la cintura al tobillo, y la mayoría fueron modestamente adornados y engalanados alrededor de la parte más baja de la pierna, cosidos a mano con nítidas puntadas. En aquella época surgieron muchas burlas y críticas, pero en 1890, cuando las mujeres comenzaron a practicar deporte, en especial para pasear en bicicleta, de nuevo aparecieron, pero de una forma renovada, ya que eran de tweed y se había suprimido la falda superpuesta, se había convertido en una prenda exterior especialmente cómoda para este deporte.

Fueron muchas las mujeres que, a pesar de las incesantes burlas, siguieron a Amelia J. Bloomers y también optaron por a usar los Bloomers, en gran parte por el convencimiento de que suponía un gran avance hacia la liberación del encorsetamiento, tanto físico como social, al que estaba sometida la mujer. De ahí, que los Bloomers se convirtieran en un símbolo de la tan deseada igualdad de derechos de las mujeres. También es cierto que muchas feministas temieron que se desviara el debate de lo que realmente querían reivindicar y finalmente dejaron de usarlo. Aún así los Bloomers forman parte de la evolución de la indumentaria femenina y son un claro ejemplo de cómo la moda va siempre unida al contexto social, económico y político, es decir, al contexto histórico en el que se desarrolla.

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